Desde la segunda mitad del siglo XX, el español dialectal ha sido la lengua mayoritaria de Estremaúra. Llamamos español al castellano formal desarrollado históricamente en los territorios ligados al Reino de Castilla primero y al Imperio español después, así como al conjunto de sus hablas repartidas por América e Iberia principalmente.
A pesar de que sigue habiendo polémica al respecto, es un secreto a voces que el lugar de nacimiento del castellano no se encuentra, como se ha venido defendiendo desde el academicismo en los últimos años, ni en Comillas (Cantabria) ni en San Millán de la Cogolla (La Rioja). En San Millán se han encontrado documentos medievales del siglo X que buena parte de la filología hispánica asocia a formas de castellano primitivo, pero que hoy son aceptadas mayormente como romance navarroaragonés. En Comillas, no se ha encontrado ningún texto castellano de esa antigüedad, aunque ciertos tópicos académicos siguen reivindicando el lugar como cuna del idioma de Cervantes.
A día de hoy, los documentos más antiguos relacionados con el castellano son los Cartularios de Valpuesta del siglo XII, en la provincia de Burgos. Debemos tener en cuenta, de todos modos, que hace mil años los distintos romances ibéricos se parecían aún más de lo que se asemejan hoy el gallegoportugués, el castellano o el catalán.
¿De dónde viene el castellano?
La territorialidad de la España de hace 1000 años, más allá de ciertas tendencias geopolíticas que tienden a repetirse, era muy distinta de la de hoy. Todo el territorio occidental cristiano al norte del Duero estaba integrado en el Reino de León, que contaba con varias entidades territoriales menores como el Reino de Galicia al oeste o el Condado de Castilla al este.

El paisaje lingüístico del León de principios del segundo milenio D.C. era muy variado, y consistía en una gradación de hablas desgajadas del latín dialectal, más conservadoras hacia Galicia y más innovadoras hacia Castilla. Según esta descripción y ciñéndonos a los documentos históricos, el castellano parece que se desarrolló como un habla intermedia entre el cántabro o leonés oriental, hablado desde Cantabria hasta el centro sur de León, y el navarroaragonés, hablado al sureste de Pamplona y Aragón, aunque bastante más cercana al primero.
Lo cierto es que el habla primitiva del territorio castellano no debió de ser muy distinta en un principio de lo que conocemos como leonés oriental. Si bien este último es hoy más conservador, las diferencias principales entre el castellano coloquial y el cántabru o el estremeñu se encuentran sobre todo en la pronunciación, en parte del vocabulario y en la flexión verbal.
El castellano ha perdido los cierres vocálicos de origen latino —quizá por la influencia del navarroaragonés hablado por los colonos de origen navarro en la Castilla primigenia— y posee un léxico menos occidental. El cántabro, además, conoce la metafonía (pirru, perros) y cuenta con varias particularidades gramaticales, como el llamado neutro de materia (la carni buenu, la lechi frescu), el uso del tema de perfecto en formas verbales del imperfecto y los participios (supían, supíu), etc.
La presencia histórica del leonés oriental en Castilla se explica porque, como decimos, esta tierra era parte del país leonés y gran parte de sus súbditos hablaban una variedad de esta lengua medieval en sus territorios al norte y al oeste, desde la actual Cantabria hasta la frontera sur con Al-Ándalus. Por ello mismo, no tiene demasiada importancia a nivel lingüístico que la mitad de las comarcas de identidad extremeña fueran conquistadas por Castilla: la castellanización que hoy padece la Extremeñería es un fenómeno moderno, y se da ya casi con la misma intensidad en todo el territorio. En este sentido, la Extremadura castellana no existe.
Leonés oriental i castillanu
El leonés oriental es el habla madre del cántabro y el extremeño, y se extendía —según el propio Menéndez Pidal— por las provincias occidentales de lo que terminaría siendo Castilla la Vieja: Valladolid y Palencia. Aún se habla cántabro en el norte de Palencia y Burgos, y extremeño en las provincias de Ávila, Salamanca y Toledo.
Antaño, el leonés oriental debió de ser más parecido al asturleonés central y occidental de lo que es hoy, ya que los estudios indican que conoció rasgos como la conversión en ll- de la l- inicial: llión, llavar, lluz, llar… No obstante, hoy esta pronunciación, que es uno de los elementos más distintivos de la lengua leonesa medieval, ha desaparecido casi completamente por la influencia del castellano, tanto en cántabru como en estremeñu.
Estos intercambios de rasgos lingüísticos no son una sorpresa si tenemos en cuenta que todas las variantes de las que hablamos han nacido y crecido juntas. El castellano antiguo, al igual que el cántabro o el extremeño modernos, conocía la aspiración de la f- inicial latina en palabras como hacer, herida, horca o huelga (antes fazer, ferida, forca y fuelga). Este rasgo ya ha desaparecido del español corriente, en el que el sonido de la hache solo se mantiene asimilado al de la jota en palabras jergales o dialectales como joder, juerga o jarto.
También son comunes entre el leonés oriental (cántabru-estremeñu) y el castellano la evolución del grupo latino -min- (luminem, hominem, faminem). En gallegoportugués y asturleonés, se dice lume y llume, home y fame; mientras que en cántabro-extremeño y castellano se dice lumbri y lumbre, (h)ombri u hombre y hambri o hambre. Esta cercanía lingüística no era más que el resultado de la vecindad geográfica, lo que seguramente harían casi indistinguibles al castellano y al cántabro primigenios, cuyos hablantes terminarían compartiendo condado. El castellano es, así pues, un dialecto histórico del leonés oriental influido por el navarroaragonés del este y por el mozárabe del sur. En ningún caso al revés: una lengua con rasgos más arcaicos, como es el leonés oriental -cántabro y extremeño- no puede ser el dialecto de otra con rasgos más modernos.
No sonin tolas cosas comu mo-las tienin descontás 😉
